Dificultad para hablar, debilidad en una parte del cuerpo, la boca torcida, un intenso dolor de cabeza repentino, adormilamiento, rostro desencajado, distorsión de la visión… Son algunos de los síntomas que cualquier persona tiene grabados a fuego para detectar a tiempo un ictus, un problema cerebrovascular que, aunque a priori pueda parecer algo exclusivo de los adultos, también aparece en los niños, incluidos los bebés. «Por fortuna, se trata de algo infrecuente, ya que tiene una incidencia de entre dos y 13 casos por cada 100.000 habitantes menores de 18 años, pero precisamente al ser tan desconocido no se sabe reaccionar a tiempo y, por tanto, se multiplica la peligrosidad de sus consecuencias. De hecho, en el 80% de los afectados deja graves secuelas neurológicas que exigen una terapia de por vida», asegura Ana Herrero, presidenta de la Comisión de Neurología del Colegio de Fisioterapeutas de Madrid, entidad que ha lanzado una campaña de concienciación para dar visibilidad a esta cuestión con la Fundación Sin Daño y el Hospital Beata María Ana.
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